sábado, 21 de febrero de 2009

Conoce a tu hámster y te conocerás a tí mismo

Cuando el mundo te traiciona, te crece pelo por todo el cuerpo.
Tus ojos se vuelven negros, y más pequeños. Tu tronco se vuelve gigante, y tus miembros enanos. Cuando no tienes nadie en quién confiar, te conviertes en un hámster doméstico.

Atrapado en una pequeña jaula, de repente te quedas sin moverte: desorientado, sin saber que hacer, sin poder ir a ningún lado.

Passa el tiempo y encuentras lo único que puedes hacer, correr sobre una rueda que gira sobre sí misma. Ahora por fin descubriste qué hacer... claro que haces algo que no te lleva a ningún sitio.
Sigues viendo tu jaula, atrapado, mirando y recordando cómo era estar ahí fuera, y cómo acabaste aquí dentro.

Ocurre que, con cierta frecuencia, una mano te vuelve a sacar fuera.
Siempre es la misma mano. Unas veces te da deliciosas pipas para comer, y otras se divierte a tu costa.
Pero sobre todo, al final hace que siempre vuelvas a la jaula.

Eh ahí la cruda y común realidad de los hámsters.

jueves, 12 de febrero de 2009

Duo



-Resulta paradójico,¡y tan irritante!... que hablemos ahora de todo esto, cuando ya no nos queda tiempo.
-Bueno... lo mejor que podrás sacar de la gente está al principio y al final de conocerlos. Al principio la cordialidad y el respeto de lo aún desconocido; y al final la emotividad y el "cualquier tiempo pasado fue mejor".
-...
-...
-Definitivamente la confianza da asco.

Tras una furtiva y cómplice mirada, ambos se echaron a reir.


lunes, 2 de febrero de 2009

IKIRU




Vivimos esclavos de la necesidad y la queja, sólo sabemos que necesitamos tanto... si al menos supiéramos qué es.
Vivimos necesitando, siempre necesitando.

A veces en los días de vino y rosas, a veces en los días de planetas alineados, pasa ese todo, fugazmente, por nuestro paladar.
Y desde ese segundo vivimos obsesionados por buscar ese sabor, por recordarlo al menos…vivimos esclavos, vivimos siendo máquinas expendedoras de necesidad y quejas, hasta que llega la siguiente estrella fugaz.

Morimos buscando.
O morimos porque no encontramos.

Veo todos los días, en las clínicas de las penas que llaman bares, vestidos con un traje de humo, gente cansada de buscar, mientras sus médicos, al otro lado de la barra, les consiguen su medicina.
Veo cada poco, gente con casa, coche, mujer e hijos, intentado convencerse de que han encontrado, nerviosos porque no encuentran dónde está el fallo.

Cuando me asomo a la ventana solo veo melancohólicos, borrachos de buscar.

Yo, vivo en la ventana, sin moverme de ella, por el miedo de que si vuelvo a entrar, tendré que mirarme a mí mismo. Por que se que entonces tendré que hacerme la pregunta de si merece la pena una vida de búsqueda por sólo unos momentos de estrellas fugaces.

Cada puñado de tiempo, cuando vuelves a darte cuenta de que sólo la soledad quiere escucharte , cuando el péndulo de mi vida llega al punto de suspensión, durante lo que dura una estrella fugaz, consigo olvidarme de que soy humano, de que estoy buscando.

Y entonces puedo sentarme en una alfombra de césped. Notar cómo éste se cuela entre mis dedos. Saber que estoy solo yo y el paisaje. Y entonces, por fin no importa estar solo, no importa no saber a dónde voy, ni a quién espero. Porque entonces se dibuja la sonrisa perfecta en mi cara, y al lado de eso, todo lo demás es insignificante.