Cuando el mundo te traiciona, te crece pelo por todo el cuerpo.
Tus ojos se vuelven negros, y más pequeños. Tu tronco se vuelve gigante, y tus miembros enanos. Cuando no tienes nadie en quién confiar, te conviertes en un hámster doméstico.
Atrapado en una pequeña jaula, de repente te quedas sin moverte: desorientado, sin saber que hacer, sin poder ir a ningún lado.
Passa el tiempo y encuentras lo único que puedes hacer, correr sobre una rueda que gira sobre sí misma. Ahora por fin descubriste qué hacer... claro que haces algo que no te lleva a ningún sitio.
Sigues viendo tu jaula, atrapado, mirando y recordando cómo era estar ahí fuera, y cómo acabaste aquí dentro.
Ocurre que, con cierta frecuencia, una mano te vuelve a sacar fuera.
Siempre es la misma mano. Unas veces te da deliciosas pipas para comer, y otras se divierte a tu costa.
Pero sobre todo, al final hace que siempre vuelvas a la jaula.
Eh ahí la cruda y común realidad de los hámsters.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Bueno... esa entrada del Hamster es MARAVILLOSA!!! No sabes tu bien cuántas veces somos, a nuestro pesar, unos puros hámster....
Ángel
Publicar un comentario